[MÚSICA] [MÚSICA] [MÚSICA] [MÚSICA] Un testimonio escrito por una maestra de un colegio público de Bogotá. Comienza así. Cuando mi hijo mayor tenía cinco años, decidimos con mi esposo cambiarlo de colegio a uno que tuviera mayor trayectoria y reconocimiento. Aunque al iniciar el año escolar todo parecía estar funcionando bien, cuando un día, muy temprano en la mañana, me entregaron en su colegio el primer informe de desempeño, mi sorpresa fue mayúscula. No podía creer lo que estaba viendo. En casi todos los aspectos evaluados, tanto actitudinales, como académicos, tenía insuficiente. Quedé muda, perpleja y desconcertada. Salí de su colegio furibunda, invadida por un cúmulo indescriptible de sentimientos. Durante el tiempo que pasé en la buseta para llegar a mi lugar de trabajo, me dejé llevar por todos los pensamientos que mi propia mortificación generaba. Pensaba, es el colmo, todo el esfuerzo que habíamos hecho y seguíamos haciendo para tener nuestro hijo en ese colegio, para que él solo fuera allá para molestar. Me imaginaba todo lo que le iba a decir, y los castigos que le íbamos a imponer. Lo único que sabía era que le dejaría muy claro que ni se imaginara que él iba a poder hacer lo que le viniera en gana. Comento yo. En estos primeros párrafos ella transmite la mortificación y la rabia que sintió contra su hijo de cinco años por los malos resultados que había obtenido en el nuevo colegio. Esta fue su reacción inicial. Continúa el testimonio. Después de esa rabia inicial, me asaltaron unos pensamientos y unas emociones que lo que produjeron fue pánico. Me preguntaba, ¿qué pasaría si yo no lograba que mi hijo cambiara, si seguía desaplicado, si comenzaba a perder años y descubría que a él no le gustaba el estudio? Recordé cómo muchos estudiantes que no se habían podido adaptar al colegio habían desertado para formar parte de pandillas y consumir droga. Pensé en la posibilidad de que mi hijo se me saliera de control en su adolescencia sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Yo no quería ser una madre fracasada. Tenía que encontrar una solución, pero no tenía ni idea qué era lo que debía hacer. Lo único que sí tenía muy claro era la importancia que tenía este momento para la vida de mi hijo, porque sabía que su futuro dependería de cómo actuara yo con él en ese momento. Pero entre más pensaba y más ayuda pedía para tener claro qué hacer para evitarme estos sufrimientos futuros, más en blanco quedaba mi mente. Y luego dice, de pronto algo ocurrió, y para mi sorpresa, sin que yo misma me diera cuenta, ni cómo ni por qué, mis pensamientos cambiaron. Vino a mi mente la imagen de mi hijo, su pequeña carita con sus enormes ojos color miel, su sonrisa que ilumina todo su rostro, y sus lindas y suaves manos. Me acordé del día en que nació, de cómo al verlo por vez primera, mi corazón conoció un amor de una profundidad que nunca antes había sentido. Fue solo cuando me pude conectar con este sentimiento que entendí que lo más importante era que él fuera feliz, que mantuviera siempre el brillo en sus ojos, que su sonrisa estuviera siempre presente. Comprendí en ese momento que no importaba si él quería o no quería estudiar, porque mi única aspiración tenía que ser que él fuera feliz. Y tomé conciencia de que mi tarea era dar todo lo que pudiera para ayudarle a encontrar su camino. Así que, a partir de ese momento, dejé de pedir por mi bienestar y tranquilidad, y empecé a orar para tener la sabiduría que necesitaba para descubrir lo que tenía que hacer para poder ayudar a mi hijo. Comento yo. Ella, sin proponérselo, descubre en ese instante que le estaba dando mayor importancia a las fallas que había tenido su hijo en su desempeño académico, que a él como persona y como su propio hijo. Y descubre también la razón por la cual había incurrido en este grave error, su propio egoísmo. Es lo que expresa cuando escribe, dejé de pedir por mi bienestar y mi tranquilidad, y empecé a orar para tener la sabiduría que necesitaba para descubrir lo que tenía que hacer para poder ayudar a mi hijo. Esto fue lo que le permitió ver con perfecta claridad qué era lo que tenía que hacer. Así lo describe en su testimonio. Dice ella. Cuando faltaba muy poco para llegar a mi trabajo, aunque aún no sabía qué era lo que tendría que hacer, mis sentimientos you eran muy diferentes. Ahí me di cuenta de que yo misma, sin saber cómo, había pasado de la soberbia de creer que mi deber era mantener a mi hijo bajo control, a la humildad de reconocer que no sabía qué hacer. Estando you mucho más tranquila, volví a mirar el boletín, y vi con claridad que aunque mi hijo había perdido casi todas las materias, en dos de las materias su calificación había sido excelente. En ese instante, pude ver con claridad que lo que tenía que hacer era centrar mi atención en lo que él había hecho muy bien. Así que a llegar a la casa, en la tarde, lo primero que hice fue abrazar a mi hijo y felicitarlo porque la profesora me había dicho que él era excelente en autonomía y en educación física. Sus ojos se iluminaron, e inmediatamente me preguntó, con la inocencia característica de un niño de cinco años, mami, ¿qué quiere decir eso de ser excelente en esas dos cosas? Le expliqué que su autonomía era lo que le permitía amarrarse solo los zapatos, ir al baño solo, comer solo, todo esto me lo había dicho la profesora, y que en educación física era excelente porque él hacía muy bien los ejercicios. Él se puso feliz, y yo solo lo abrazaba y le repetía que era excelente en autonomía y en educación física. Y cuando llegó su padre, le conté sobre sus excelentes, y él también lo felicitó. Y concluye así, su testimonio la profesora. Dos semanas más tarde, le mostré el boletín completo, y después de hacerle énfasis de nuevo en sus dos excelentes, le pregunté si le gustaría obtener un excelente en los otros aspectos también. Me respondió que sí, mostrándome con su actitud convicción plena de que él podía hacerlo. El resultado fue que en cada entrega de boletines, sus resultados eran sustancialmente mejores, y al final de ese año, sus evaluaciones en todo estaban en alto y superior. Dos años después, se ganó el mérito de excelencia en su curso, y hasta el día de hoy sigue siendo un estudiante muy destacado. Mi comentario último. El ejercicio que esta madre hizo en la buseta, es una prodigiosa ilustración sobre lo que es el trabajo interno que hay que hacer para avanzar en el autoconocimiento. Ella misma descubrió cómo su egoísmo y su soberbia la habían hecho olvidar que la felicidad y la tranquilidad de su hijo eran mucho más importantes que ese primer reporte de notas. Y gracias a este avance, evitó un conflicto con su propio hijo que no solo hubiera sido muy doloroso para ambos, sino que hubiera podido llevar a que su hijo tomara alguno de los caminos indeseables que ella describe cuando entró en pánico al imaginarse las consecuencias que podía tener para su vida si él decidía no seguir estudiando. [MÚSICA] [MÚSICA]